martes, 31 de agosto de 2010

Osvaldo Pampín: Pibe silvestre



El pibe que se oculta detrás de una pila de bolsas negras, Aprovecha la distracción que provocan dos mujeres de ropa apretada y escasa, que charlan, inclinadas junto a las ventanillas del patrullero, para escurrirse sin ser visto. La noche no fue buena y, si paga el peaje, no le queda un peso.
Al dia siguiente, armado con cepillo balde y trapos, espera el cambio de luces para saltar a la calle e imponer sus servicios. En la vereda, dos chicos están atentos, si observa algo de valor en los asientos; bastará una seña para que uno de ellos lo arrebate. Ellos gritarán y simularán una persecución. A la tarde, patrullan el microcentro, simulan juntar papeles, para caminar entre los autos estacionados; buscan puertas sin trabas. Cuando ven al patrullero se ocultan, prudentes, desconfiados. Ya tienen un estéreo, dos celulares y un portafolio, olvidos de automovilistas apurados. Todo terminará en el local del Cuervo, que juzgará de un vistazo la calidad de lo rapiñado y fijará un valor ridículo que pagará en el acto. Alguna cosa irá a parar a los policías que vigilan la villa. Ellos solo quieren efectivo.
El pibe decide dormir en el vagón viejo y semi quemado del subte. Prepara la bolsita con pegamento y jala hondo. Todo está bien.
Sábado; la plaza se llena de chicos gritones, padres, perros y juegos. El pibe estudia a un tipo que bosteza tratando de entretener al nene. Se acerca, la mochila tiene los breteles para arriba, solo tendrá que manotear y correr. Pero el hombre la agarra antes y, con el chico de la mano, se va. Lástima, un tipo con el hijo es fácil, no lo puede correr y no armará quilombo para que no piensen que es un boludo que se dejó robar. Pero ya vio a una gorda que dejó la cartera tirada para arreglarle la muñeca a la nena. Salto, manotazo y escape. La gorda grita y llora y alguien intenta perseguirlo sin vocación. Nada grave. Mientras se aleja revisa su botín, apenas veinte pesos. Se guarda los documentos y tira todo lo demás. Camina entre la gente pidiendo monedas y es invisible. Una señora le acaricia la cabeza y abre la cartera; en un solo movimiento, da un zarpazo a la cartera y empuja a la mujer que cae despatarrada y gritando. Huye toreando autos en la avenida. El botín lo sofoca ¡Cuatrocientos pesos! Documentos, un par de tarjetas de crédito, la cedula verde y la patente de un auto, una pulsera, pesada, que seguro es de oro. Los documentos del auto, las tarjetas y los DNI, terminan en un cajón que está casi lleno. El rostro impasible del Cuervo cambia cuando ve la pulsera, argumenta un poco y el pibe se la deja por doscientos pesos. En la casilla no hay nadie, oculta el botín y se sienta a mirar la tele, por hoy no saldrá más.
Lo envuelve una niebla pegajosa y dulzona que deforma las figuras y ahueca los sonidos. Su mente registra estallidos de luz. Vomita y murmura incoherencias. Hay gente junto a él; oye voces y sienten que lo sacuden. La gente se aparta, asqueada, de la delgada figura que camina con dificultad, envuelta por un penetrante olor. De una cortada en la frente se desprende un hilo de sangre ya seca. Lucha por mantener la precaria conciencia. Tropieza y termina estirado en la vereda. Quiere levantarse, pero los músculos no le obedecen. Hay manos que lo dan vuelta y oye la sirena de una ambulancia antes de desmayarse.
Se despierta de golpe. Con los ojos casi cerrados, mira sin moverse. Trata de ubicarse pero está muy oscuro, alguien se queja y más allá otro ronca. No tiene ropa, solo un camisón. Deben haberlo bañado; se siente muy limpio, con olor a jabón. Por la gran ventana, empieza a entrar luz Se yergue, en la cama de al lado hay un pibe que recién se despierta y lo saluda con la mano, es un muchacho con la cara muy flaca y la piel amarillenta.
— ¿Y vo que tené?
— El hígado. Me sacaron un pedazo. Ahora estoy bien, pero igual tengo para un mes, por lo menos-
— Con ese color, la cagaste- Piensa el pibe –Este de acá no se va- ¿Y ahora te sentís bien?-
— Y, sí, por lo menos como un toco. Me hacen régimen, pero morfo, quiere decir que voy mejorando
En la voz tiembla una sombra de duda; se quiere convencer cada vez que lo repite; pero el miedo se nota.
— Y a vos ¿qué te pasó?-
— Me fui al carajo. Me pasé y quedé colgado mal, casi ni me acuerdo de nada, me deben haber tirado la ropa a la mierda porque estoy en bolas-
— Estaba todo a la miseria, ni se pudo lavar. Informa la enfermera que entró sin que lo adviertan.
— ¿Y las zapatillas?- Me salieron un huevo y las usé dos días.-
— Acá llegaste descalzo
La mujer les toma la temperatura, la presión, la sigue una pareja de médicos, muy jóvenes, ella es la que habla
— Bueno, parece que estamos muy bien-
La voz es dulce y amable, pero el pibe adivina la formula tras la aseveración.
— ¿Qué tomaste che?-
— Y, merca, que se yo-
— Levantate la bata-
Apoya el estetoscopio en el pecho flaco, lleno de surcos
— ¿Cómo te hiciste esto?
— Me enredé en un alambre de púas-
No dice que fue cuando se escapó de la granja a la que lo mandaron cuando cayó por primera vez
— Bueno pichón, te vas a quedar acá, tres días más o menos, ahora te van a poner un suero, te tenés que desintoxicar ¡Te salvaste de milagro!
— ¿Hay algún pariente a quien avisar? ¿Dónde vivís?
Contesta cualquier cosa, igual ellos no se preocupan demasiado.
La figura parece mucho más flaca. La ropa, muy grande, se mueve sobre el cuerpo con cada paso que da.
— ¡Q’acé loco apareciste!-
Contesta con un gruñido y se va para la casilla. El contraste entre el sol y el interior, solo iluminado por la pantalla del televisor, lo ciega por un momento. El tío está sentado en un banquito, mira un partido y mastica una galleta, un tetrabrik adorna la mesa cubierta con un mantel de plástico desteñido y agujereado. No hay bienvenidas ni preguntas, solo una mirada desinteresada y vacua. El pibe tiende el colchón y se acuesta.
— ¿Me estarán buscando? ¿Habrán avisado a los rati? ¡Qué quilombo se debe haber armado cuando se avivaron que había pirado
La doctora, con las manos en los bolsillos del delantal desabrochado, está muy preocupada
— ¡Qué le voy a decir a Castro!-
El jefe de sala tiene fama de cabrón, y la linda doctora, puede verse en un problema de los grandes.-
— Doctora, ¿Y si lo denunciamos nosotros? Podemos decir que se fue a la hora en que usted tiene la reunión de evaluación-
— Pero ¿Y el otro? seguro que el policía que manden le va a preguntar a ese boludo ¡Y nos va a mandar al frente!-
— ¿Y qué va a decir? Que se fue con su ropa, que cuando se las tomó, no había nadie ¡Es lo mismo que decimos nosotras! No se van a preocupar. Después de todo el guacho llegó ayer a la tarde y ellos no mandaron guardia. Nosotros avisamos que el pibe venía pasado. No les conviene revolver mucho-
Dos horas después el problema ya es historia. El policía aceptó la explicación; además, les pidió cambiar la hora, la que señalaron lo dejaba en falta ya que lo enviaron más temprano y se entretuvo en el viaje. El pibe no existió más.
Los cuatro chicos están hablando en la canchita. El pibe escucha en silencio, solo interrumpe para preguntar:
— ¿Los fierros?
— Todo bien, el Turco quiere un Diego y la guita si se pierde algo
— Che ¿Te va?
— Listo. Mañana a las diez estoy en la cortada de la vía
Después, sentado atrás de la casilla, fuma un porro, piensa en lo que harán mañana. Va a ser como pasar un umbral. Guita grande, fierros. Más o menos como jugar en primera. Da una larga pitada y retiene el humo. No se animó a la merca. Pero necesitaba algo.
— ¡Qué bárbaro, ven los fierros y se cagan encima!
El pibe se siente poderoso, inmensamente fuerte
— ¡La guita, la guita, boluda, en la bolsa, ponela en la bolsa! Dale, dale ¡No me mires boluda!
Otro está parado al costado de la caja y cubre a los demás empleados y a los clientes. El tercero vigila la puerta.
El pibe arrebata la bolsa y retrocede hacia la salida. El arma, hace que todos traten de esconder la cabeza.
Cuando salen, con las armas en las manos, hay una gorda que grita y los señala. La euforia cede ante el miedo y corren hasta el auto, que arranca haciendo chirriar las gomas.
De golpe hay una sirena y un patrullero los adelanta. El pibe ve la negra boca de un arma y saca la suya; justo cuando el auto dobla casi en dos ruedas. El policía escucha nítidamente una detonación y se agacha tras la débil protección de la puerta. El revólver fue a parar debajo del asiento del conductor y el pibe mira azorado la mancha roja que se va extendiendo en la remera. Los demás gritan, pero no los escucha. El auto queda cruzado en medio de la calle. Rápidamente se dividen, cada uno por su lado. El pibe, que se puso una campera para tapar la sangre, camina, más mal que bien. El costado ya no le duele y la sangre se está secando. Se siente muy raro, un poco mareado, con las piernas flojas y escucha todo con eco, como si tuviera la cabeza metida en una lata gigante. Dos policías que se acercan, lo precipitan dentro de una iglesia
— ¡Qué embole! Siempre las mismas historias. Si los pecados son realmente, los que me cuentan, en el paraíso no va a quedar ningún lugar libre. Y, para peor, las viejas con este olor ¡Lo mío es un sacerdocio!
Se ríe solo de su chiste Casi no escucha las voces susurrantes, frente a la mujer que relata sus pecados dejó la cara y se fue. Mira, preocupado, la mancha de humedad que se extiende un poco más cada día.
— Los putos caños de plomo. Cuánto saldrá cambiarlos
Mentalmente revisa su lista de benefactores. También hay que arreglar la barandilla de la Virgen
— ¿A quién se lo puedo pedir?
La mujer se calla y él comprende que terminó. Rápidamente la absuelve, le da una penitencia y, mecánicamente, la bendice. Inmediatamente, otra señora, idéntica a la anterior, se arrodilla y repite las formulas rituales. Se dispone a escuchar la reseña, pero lo distrae el chico que entra por una de las puertas laterales, vigila atentamente. No sería extraño que quiera robarse las alcancías, pero no, está raro, se tambalea antes de sentarse en la última fila.
— ¿Estará drogado? ¡Y esta estúpida que no para de decir boludeces!-
El chico se toma la cabeza con las dos manos y apoya los codos en las piernas.
Ahora está realmente, preocupado. La mujer termina de hablar
— ¡Gracias Dios mío!-
Termina todo rápido. Ni siquiera reza el pésame.
— Ni que me estuviera echando- Piensa la señora
Detiene a la próxima con un ademán y llega en tres zancadas, hasta el chico. El pibe se mueve, la campera se abre, y ve los borbotones rojos y espesos. No sabe qué hacer. Desde lo más profundo le ruega a un Dios incierto por ese chico que, a pesar de todo, sonríe. El pibe siente que lo abrazan, alguien habla, pero no entiende nada. Se da cuenta de la mano sobre la cabeza y el hombro que le sirve de almohada.
Dos policías caminan hacia la casilla. A prudente distancia los sigue una fila de chicos y perros, de golpe hay mujeres en cada puerta. Los uniformados se miran nerviosos. No necesitan golpear, la puerta está abierta. El tío recibe la noticia mirando el televisor. Apenas si se da vuelta para ver al policía. No quiere ir a la morgue
— Ustedes lo conocen ¿Para qué tengo que verlo? Está muerto, murió y chau-

Osvaldo Pampín
oopmdq@gmail.com
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