jueves, 1 de noviembre de 2007

Hugo Presman: Olor a Pata

Las elecciones del domingo 28 de octubre dividieron básicamente los apoyos sociales a favor de Cristina Fernández, Elisa Carrió, Roberto Lavagna y Alberto Rodríguez Saá. A la primera, con la simplificación que da toda generalización, la votaron los sectores más humildes y las clases medias bajas. A Carrió, las clases medias y altas, principalmente urbanas canalizando un voto antikirchnerista, esperando lograr un ansiado ballotage. Fue un voto ideológico contra el gobierno y a favor de una representante que muchos que ahora la eligen la detestaban en elecciones anteriores, antes que virara su discurso y atenuara algunos fundamentalismos personales. A Lavagna lo eligieron los mismos sectores sociales, algunos con más cercanía al peronismo, que pretenden un kirchnerismo más “prolijo”, más confiable y previsible. Son los que consideran que lo bueno de lo ocurrido en los últimos cuatro años le corresponden al poco atractivo ex ministro y todo lo negativo es obra de Kirchner. A Alberto Rodríguez Saá lo votaron los que añoran el peronismo histórico a través de su simbología y las permanentes invocaciones a Perón y Evita mientras deslizan un discurso de evidente matriz menemista.
Carrió plantea, a veces en forma subliminal, y en otras absolutamente abierta la vieja zoncera de Civilización y Barbarie. Los cultos, los civilizados, las capas medias altas y urbanas que la votaron representan a la Argentina civilizada. Los bárbaros son los esclavizados por los punteros, por las dádivas, por los planes trabajar a quién hay que ir a rescatar. Por eso afirma: “Voy a seguir luchando para liberar a los pobres de la jaula del clientelismo”. No es que la realidad no esté surcada en muchos casos por el clientelismo y que haya gente que lucra con el mantenimiento de la pobreza. Pero de ahí a analizar los resultados electorales a través de la dicotomía hombres libres (la que la votan) y esclavizados ( los que no la votan) y que ella en el futuro liberará, es tan falso y pueril como cuando afirmó sin pudor que “estamos viviendo bajo el nazismo sin campos de concentración”


CINE, HISTORIA, CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
El cine, dijo alguien, es la vida sin las partes aburridas. El cine transmite circunstancias de la vida o de la ficción sin sus olores. Se parece en eso a la historia falsificada. La realidad es percibida a la distancia suprimiendo las contradicciones, las pasiones, el barro que arrastra todo proceso histórico. Por eso en lugar de enseñar, ayuda a desaprender. En lugar de servir como elemento de análisis para el presente sirve para denostar la actualidad, sucia, turbia, compleja en donde el oro y el barro se mezclan, con un pasado broncíneo, lavado, maniqueo, donde “los buenos” están definidos y reconocidos como tales y “los malos” están delineados de tal manera que cargan con el estereotipo de perverso.
Como en el cine, la historia falsificada carece de olores. El “civilizado” aprendió en esa historia en donde los sectores populares de París tomaron la Bastilla cantando la Marsellesa, limpios y perfumados, o los obreros soviéticos se apoderaron del Palacio de Invierno citando a Marx y memorizando a Engels, después de haber entendido a Hegel.
En nuestra historia, Rivadavia, Mitre, Sarmiento en nombre de la civilización europea aplastaban a las bárbaras montoneras gauchas, esas que Jauretche denominó como “el sindicato del gaucho”
Difícil entonces reconocer en los obreros sudorosos que protagonizaron el 17 de octubre de 1945, a los nuevos obreros de las migraciones internas. No estaban impecables como en los textos históricos, transpiraban, no cantaban la Marsellesa ni La Internacional, y algunos se sacaban sus calzados y en la Plaza de Mayo se percibía el olor a pata. A axilas transpiradas.
Los cultos, los civilizados no reconocieron el sujeto histórico. Sólo percibieron el olor a pata. Y de alguna manera descalificaron el gigantesco hecho histórico por los olores desagradables de la vida. Ese que no estaba en su historia apócrifa. Esos que no podían encontrar en el relato erróneo aprendido. Ese que sus libros no había previsto. Esos momentos históricos en que los libros, que pueden ser habitualmente magníficos orientadores en cuanto brindan elementos para el análisis y la interpretación, se convierten en obstáculos para alcanzar a ver lo que se mira. Como diría Cesare Pavese: “Hay momentos en la historia que los que tienen algo que decir no saben escribir, y los que saben escribir no tienen nada que decir” O como afirmó, ironizando, George Bernard Shaw: “ Mi educación fue perfecta hasta los seis años, en que la abandoné para ir a la escuela” No entender lo básico, llevó a un gorilismo que atravesó todo el arco político. Los sectores del poder porque las masas los asustan. Se pierde “la seguridad jurídica” y en los casos más radicalizados se pone en tela de juicio el derecho de propiedad. Lo mismo le sucedió a la izquierda de entonces, el Partido Socialista y el Comunista, incapaces de comprender la cuestión nacional a través de textos marxistas mal leídos y peor digeridos. Así el órgano oficial del Partido Socialista, La Vanguardia decía el 23/10/1945: “ En los bajos entresijos de la sociedad hay acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad, resentimiento…..Cuando un cataclismo social o un estímulo a la policía movilizan las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todas las contenciones morales, dan liberta a las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive del resentimiento y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación….”. A su vez el periódico Orientación, medio oficial del Partido Comunista escribía el 21/10/1945: “ ….pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo la vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad, no representan a ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población”. Perfectamente podía transcribirse ambos textos, entonces y ahora, como editoriales de La Nación.


CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
Carrió se precia de intelectual y cita autores como una flor exótica en el páramo político donde pocos leen y menos escriben. Se cree depositaria de la parte civilizatoria de la famosa zoncera. Ha frecuentado más a Hannah Arend que a Arturo Jauretche. Más a Michel Foucault que a Scalabrini Ortiz. Por eso siempre le parecerá bárbaro el subsuelo de la patria sublevada. Y la crítica no es porque haya leído a Arend o Foucault, que está muy bien hacerlo. Es porque en su concepto de civilización no puede incluir a los pensadores nacionales. Dice en La Nación del 30 de octubre de 2007: “Tenemos hoy una coalición que con seguridad va a gobernar este país en cuatro años en representación de las clases medias y medias altas, con sus valores. Cinco millones de votos sin dinero, sin aparato y sin marido…..Voy a seguir luchando para liberar a los pobres de la jaula del clientelismo” Será por eso que allá de donde proviene, del Chaco profundo, donde está siempre presente el olor a pata, Carrió saca apenas el 21,13% de los votos. Los que están acostumbrados a olores exquisitos y obnubilados por la zoncera madre, es posible que nunca entiendan la aguda pituitaria, que no es infalible, de los sectores populares. Esos a los que no suele embotar el olor a pata.
Tal vez deba recordar una frase muy afortunada de su admirado Sarmiento: “El título no quita las orejas”
A su vez el jefe de gabinete Alberto Fernández, manifestando una falta de política hacia los sectores medios cometió un error simétrico al de Carrió al sostener: “ Que la ciudad se integre, sea parte del país y deje de votar como una isla”


VOTO INTELIGENTE Y VOTO IGNORANTE
En esta línea el agudo periodista Orlando Barone escribió: “¿Existen el voto inteligente y el voto ignorante? ¿ El voto urbano es más civilizado que el otro? ¿En una gran ciudad se nutre mejor la inteligencia que en un pueblito o que en el monte? ¿El bienestar económico hace más lúcido al votante que la miseria? ¿Es de mejor calidad democrática el voto caro que el voto barato? El Premio Nóbel Watson diría que sí. Y además diría que el voto de aquel que tiene una biblioteca en un ambiente climatizado y Feng Shui en la casa- aunque nunca un libro le haya mejorado ninguna neurona- es más racional que el de aquel que en la pared llena de moscas tiene colgada una camiseta de fútbol, la página de un diario viejo con la imagen de aquel gol de Maradona, y una lámina de Wanda Nara agachada y boca abajo. Si el voto jerárquico fuera establecido más democráticamente que ahora: ¿desde qué umbral se consideraría a una persona inteligente y debajo de qué zócalo se la consideraría no inteligente? Pongamos que el padrón electoral podría dividirse- ya no en mujeres y hombres, ellas por un lado, ellos por otro ( que creo es una división discriminatoria y que no sé por qué se sigue permitiendo)- sino en un padrón de coeficiente intelectual de primera clase y un padrón de segunda. Los votos del padrón de primera clase valdrían el doble. Pero si aún disminuidos por la cláusula, los declarados ignorantes y brutos produjeran más votos que los presuntamente inteligentes, entonces se les reduciría todavía más el valor del voto para evitar que ganen. El asunto es que su voto carezca de importancia. Para alguna gente, sobre todo caucásica o bronceada, y sobre todo convencida de su coeficiente- aunque sus vidas y sus carreras sean un fracaso- eso evitaría que los no inteligentes elijan. Porque siempre eligen como el traste. Pongamos que para determinar con algún orden categorías, se incluiría en el voto inteligente al de aquella persona que completó el secundario y con un ingreso de contribuyente alto. Y si se autoconfiesa ética mejor: aunque a escondidas esa gente haga más porquerías que un obispo castrense. La ética pregonada es un placebo que simula curar el pecado, la estética del hipócrita. Y no es privativa de ninguna geografía. Ni de conventillo ni de country. Siguiendo este democrático razonamiento, un cartonero, un cosechador golondrina, una empleada doméstica, un ama de casa sin ningún estudio, un pocero de cloacas, un lustrabotas etc. nunca podría darse el gusto de elegir precisamente a aquellos candidatos que a su intuición o criterio son los que podrían ayudarlos a dejar de seguir siendo ignorados. No. Porque solo los del voto inteligente determinarían qué gobierno es el apropiado. El voto inteligente no es clientelístico. No se deja comprar por un empleíto o por un colchón de telgopor o un pack de lácteos. Cuesta más caro. Únicamente se guía por beneficios accionarios, financieros y corporativos. O de consumo ABC1 top muy republicano. ¡Qué gran país sería la Argentina con el voto inteligente! Lástima que tenemos tantos no inteligentes que ganan elecciones.”

OLOR A PATA
Como decía en su discurso postrero Salvador Allende: “La historia es nuestra y la escriben los pueblos” Y los pueblos cuando se pronuncian generalmente en forma acertada, lo hacen en función de las alternativas existentes. Ya sea en una elección o tomando las calles. En forma sonora y desprolija. Con mezcla de sabiduría popular y olor a pata. Intentar comprender los fenómenos históricos con modestia, recogiendo las enseñanzas que de ellos surgen sin actuar como falso maestro, es la tarea del militante, del intelectual, del profesional de aquél que una sociedad profundamente injusta lo dotó de una presunta cultura pagada en buena parte por lo que cada tanto meten las patas en la fuente o periódicamente el sobre en la urna y diariamente sus manos moldean un trabajo o sus pies recorren el doloroso camino de la búsqueda de empleo.
En su momento, la zoncera mayor Civilización y Barbarie se tradujo en “Alpargatas si, libros no”. Intento de minimizar desde los sectores “cultos” una gigantesca transformación social. Sin entender que los pies que calzan las alpargatas necesitan que los libros ayuden a los sectores medios a comprender la necesidad de conformar la alianza plebeya de los sectores populares como condición indispensable para avanzar sólidamente en el camino de las transformaciones
No hay derecho que montada sobre una importante cantidad de votos de clase media, una candidata, después de proponer el contrato moral, intente en pleno siglo XXI aplicarles a los sectores más humildes de la población lo peor del discurso sarmientino o los habituales editoriales de La Nación. Lo más peludo del discurso gorila.
Carrió no tiene olor a pata. Pero su discurso está atravesado por un olor mucho más penetrante. El del elitismo. En donde se ahoga la ética y se hunde el contrato moral.

30-10-2007
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