martes, 17 de julio de 2007

Alba Estrella Gutiérrez: Los pasos de la memoria

a Julián E. Echevarría

a tu recuerdo presente



1.


todo duele en la noche
el cuerpo es presa de nadie
y los pasos de la memoria


se olvidan




2.


recuerdo mi corazón
sólo de olvido
y recuerdo su herida
clavada como un grito
los miedos sin horario
agazapados en la burla
de huesos en el aire

y recuerdo mi muerte




3.



hay lugares de rendición
oscuros laberintos
donde el hombre
rastrea su agujero de páramo
dolor de herida acorralada
mensaje de náufrago en la caverna
fugaz como el aire
liviano desamparo
frágil como niño descalzo
el hombre pregunta su intemperie
camina su destierro de mago
busca sus pérdidas
y obediente
revuelve en su nombre

su residuo de huesos



4.


las paralelas se juntan
en algún lugar del universo
y la suma de la multiplicación
da por resultado un predecible encuentro
no hay lógica en los ojos que miran
sólo instinto de piel frente al abismo
cuando dos no importa quiénes
se acoplan se amalgaman
penetran otra dimensión
otro lado del muro se ilumina
las manos se completan

y los dientes mastican su distinto


Alba Estrella Gutiérrez
De "Los pasos de la memoria"
Editorial Dunken, Bs. Aires, 2007
alba.estrella@gmail.com

Carlos Alberto Roldán: Poesíada

21.

no sé qué es esto que te busca pero te busca te busca
y cuando cree que te encuentra estabas más allá y entera
y aún y como una rosa celeste una pradera
en que cabalgar sin noche un universo
del que se fuga una última estrella

no sé qué es esto de enardecer los cuerpos
de alimentar más sed más hambre
de reclamar a lus de ojos eso que quema y arde arde
como dicen que ocurre donde todo se acaba
final del tiempo y todo se deshace

oh cielo pequeño
todo gire veloz
que yo te abrevo


22.

haber dispuesto tanto cielo y mar
y planicies de sal o selva o piedra recia
para un no y para el hambre
y para toda una vida sin entender

haber tenido el sol sobre los ojos
y que doliera tanto y tanto
hasta el repudio

ni un solo dios que agarrar de las solapas

pero sí alguno
solapado y altivo
jugando a que lo fuera


41.

algunos poetas abren sobreactuados bandoneones
de su puta soledad
otros creen que el olvido de alguno o alguna
narrado en una línea con tres metáforas y un quiasmo
detendrá la embestida del tiempo

pobrecitos los poetas de jueguitos de jardín
van a la manicura y se llenan de afeites
con su verso aburrido

en todas partes leen y declaman
oh de mi dolor que enciende las candelas
cuya negrura intensa se delata
en un poema gris

dejame todavía
inventar de la noche una luz
del silencio una voz
del olvido
una sombra que moleste
y perdure


Carlos Alberto Roldán
De "Poesíada", Ed. El Escriba, Bs. Aires, junio de 2007
croldan46@arnet.com.ar
www.edicioneselescriba.com.ar



Virginia Edit Perrone: Cien gramos de Poesía

¿Dónde las palabras? Un hacha silenciosa rasga el papel. Cada palabra se incrusta en cada cripta, en esa y no en otra. Cada palabra con destino de nada, o de hueco en el que hacer resonancia.
Palabras consagradas al suicidio de sí, obligadas a remontar intervalos, a trepar por las sombras del detrás, y a revelarse intrascendentes.
La tinta es devorada por los mudos espacios que denuncian la primera impotencia. El alfabeto.
Cien gramos de Poesía no son nada.
Cien gramos de Poesía son sólo Silencio.

Virginia Edit Perrone
De "Decires", Ediciones Corregidor, Bs. As. 2003
perronev@infovia.com.ar
weblog: http://virginiaperrone.blogspot.com

Laura Caccianini: Poesías

XXXVIII

Mis alas se tiñen de negro
y aunque quiero volar al sol
no puedo
muero en el intento
como Ícaro
y en esa meteórica caída
solo consigo poncionar mi cuerpo
disfrutar el viento
que limpia mis lágrimas
sentir el dolor
por el peso de la culpa
aceptar mi naturaleza
suspender mi ascenso
y dejarme caer
sabiendo que me esperas
con el calor de tu cuerpo
para ayudarme a morir.



(siempre voy a estar
cuando me necesites)

sopa de sensaciones en invierno

raya en lo cursi
igual que el amor a veces
...no esta vez...

¿es amar?

los abrazos chocolates

mensajitos desayunos

las peleas los llamados

los viajes largos

la espera en el frío

los ¡NO!

no te presento amigos
no te quiero como a una hermana
no me podés dejar así
no sé...

¿es amor?
¡a quién le importa!


Laura Caccianini
lunadefuego9@hotmail.com

domingo, 15 de julio de 2007

Mirta Liliana Urdiroz: 3 Poemas

Puente de ilusiones
zigzagueante
intentas abrir el camino
hacia un después
que siempre se demora
ensayas pulverizar el muro
que te acobarda
te posee y acalla


Sólo lo intentas




Si felicidad es

los sí compartidos
las palabras sabidas
esos después sin horas
la complicidad de dos
el descifrar códigos
las citas de soñadores
los encuentros porque sí
si esto es felicidad
entonces
soy su prisonera



Que llegues a mi lado

y las palabras

descansen sobre la almohada

Que sueltes tu dicha sobre mi espera

tus horas sean las mías

y tus compases mi danza

Que los versos me alcancen

antes de la madrugada

y luego entornes la puerta

hasta la próxima mirada


Mirta Liliana Urdiroz

Todos los derechos reservados
mirtaurdiroz@yahoo.com.ar

Silsh: Sin dioses

No me acompañan dioses
para marcar el paso
ni decálogos firmes
que atestigüen los sueños.

Descreo de inventores
de reglas sin fisuras.
Sólo capta mi oreja

sonidos de la vida
completando al destino.

Simplemente me aferro
al temblor
la zozobra
de quien pone en la mesa
miserias al desnudo
su voz

para servirla
a la mano que presta
su lugar en lo dicho.
Descreo

hasta del sol
rector atemporal
sobre su podio en llamas.


© Silsh(Silvia Spinazzola)

-Argentina-
silsh@silsh.com.ar
www.silsh.com.ar

Rolando Revagliatti: Breves

Exclusionista

No hay paisaje
En verdad, sólo pinta
su propia exclusión del paisaje
el pintor.


Toma de partido

El amor es siempre amor:
más de lo mismo
En cambio, el odio e incluso, el desprecio
exultantes en su despliegue creativo
a causa de lo pernicioso o degenerativo de su arraigo
no dejan de fascinar y sorprender.


Rolando Revagliatti
revadans@yahoo.com.ar
http://www.revagliatti.com.ar

Genoveva Arcaute: Poemas

Mi cuerpo es un mapa del dolor

Mi cuerpo es un mapa del dolor
Las uñas (con restos de piel enrojecida)
Disparan las flechas de la fuga o de la despedida
Mis cabellos señalan rumbos de extravío
En el sinsentido de las jeringas del reloj
El rodete en espiral despista a los piratas
Que husmean por hacerse con el mapa
Mis venas vuelven mientras mis arterias van
Ya con cierta fatiga de impaciencia.
Ni mis senos ni mis rotulas
Son bizcos, pero igual,
No se sabe dónde apuntan: ¿Adelante? ¿Al abismo?
Mis ojos se revuelven en guiños y soslayos contradichos
Sin claves con implícitos,
No resuelven.
Mis pies miden los pasos que llevan al tesoro
Los seguirás sin hacer sombra en las espaldas,
Porque vendrás, bandido,
Y enrollará la piel ajada
Y con ella partirá a la isla prometida.
Sobre arena de playa desplegará este cuerpo
-este mapa del dolor-
como una alfombra hollada
mientras mi piel se dora como hogaza
y el calorcito marca las líneas a seguir
Habrá de persignarse en la frente el corazón las ingles
De lamer las cicatrices del costado
Y sí: Contará los pasos, bailará su baile
(no me tapes el sol)
y por fin el pico hierro cavará en los tres puntos
¿acertará en primera? ¿el tesoro es uno o trino?
Plata gris del cerebro
Granates y rubíes de dulzuras en el pecho
Abajo sombra fresca de cavernas minerales
Toma el cofre
Mi cuerpo es un mapa del dolor.



Lluvia


Mientras lloran las cuerdas de mi garganta
Aguanta el cielo un toldo, inminente, oscuro y ominoso.
Ya llovía antes en mí, en mi cuaderno
Mis ollas y mi suéter, que acabo de doblar
Con sus húmeros lisos en la espalda.
Sobre su cuello volcado.
Mi cabeza llueve una garúa helada y en el cielo
Los pájaros caen, por vencidos, como cáscaras de fruta
Como medias en par que enrollo fláccidas.
Las cuerdas son ahora un cello lastimero que no mueve mis labios.
El cielo arría su estandarte negro
Y en los pliegues se dibuja el fuego.
Entre mis frontales, el alma de la caja
tensa unos cordones venosos por afuera.
Es la angustia que aún llueve
En los patios las alcobas los armarios,
Debajo de las mesas y las sillas,
Adentro de los libros y las cartas, en las máquinas de hablar
Y en la harina, el arroz y las lentejas.
Las macetas desbordan su copa de tierra y salpican mis pantuflas.
Ya no hay silencio o música
Solamente y por las comisuras del patio embaldosado
Agonizan canaletas y rejillas un barrito baba
color de hoja café.


Genoveva Arcaute

genoarcaute@yahoo.com.ar

Yamila Hanashiro: El vuelo de las gaviotas

Supongo que sus cenizas aún siguen volando por los aires de Santa Teresita.

Ese día de verano era soleado. Sin embargo el sol no nos iluminaba de una forma común, sino que parecía una luz que mostraba el final de las cosas, como las luces de los teatros o de los cines cuando comienza el bello espectáculo y el salón se oscurece por completo. Debo admitir que éste empezaría por lo último, por la última escena que nunca me animé a contar. Y esta escena sería la primera de un nuevo ciclo.


Ahí va…


Los cuatro estábamos en la playa, arenosa por cierto, frente a la orilla ventosa y correntosa. El agua salada nos quemaba los deditos de los pies; yo los dejé de sentir por un momento. Mi madre y mis hermanos escondían el dolor que les causaba su muerte, una muerte repentina que no era de esperarse. Yo lo tenía asumido, pero no podía echarme a llorar; debía ser fuerte y camuflar mi corazón herido.

El tiempo parecía no existir, ninguno hablaba (cómo iban a hablar si estaban destrozados). En ese tiempo sin tiempo yo lo recordaba. Él me dio prácticamente todo, así con cosas muy simples, como pudo. Y aunque hubo días en que necesité de él, supe que ya era hora de volar sola.
Mi madre sostenía la cajita de madera que lo contenía. Su pelo lacio movido por el viento le impedía concentrarse para realizar la acción. Nosotros la abrazamos muy fuerte. Creo que fue la primera vez que la sentí tan cerca. Le dijimos que se calmara, que él nos cuidaría por siempre.


Las lágrimas de mis hermanos me contagiaron a mí. Cuatro llantos entre sollozos, más uno, el de él que sólo yo podía oír. Mi padre estaba con nosotros, pero no lo podíamos ver.


Ella abrió la tapa y él se voló.


Una bandada de gaviotas formaba una “v” corta, al mismo tiempo que danzaban por los cielos.


Recuerdo que mi padre una vez me dijo que desearía ser libre…



Yamila Hanashiro
yamila.alimay@gmail.com

Miriam Cairo: ¿Un rayo adentro del cuerpo?

LA METAFORA SEXUAL. Ella queda en silencio muchas horas seguidas en las brumas y en la noche. Bebe directamente de una botella de ron que después deja en el suelo, al lado de la silla. Se toca la nariz. Teme que los zapatos le coman los pies. Da un alarido que atraviesa todas las argollas del limbo. Es irrefrenable la metáfora sexual que el recuerdo pone sobre la mesa. La narradora enumera las imaginarias serpientes de una canción que todavía no ha inventado. Prepara el mecanismo que la creación le ofrece para ofrecerse. No tiembla de miedo. No se pone a llorar. Acepta el reto de ir una vez más hacia el agujero rojo donde nace la más perfumada y ardiente feminidad. El sexo de una mujer es un beso cálido y motivador sobre el viejo pene del mundo.

UN PROCESO INCIERTO. Ella se sienta a esperar una idea que la ilumine como quien espera un diciembre perpetuo, un crepúsculo perpetuo. Y mientras espera, la narradora no se priva de ser impulsada a vivir o inventar una serie de acontecimientos. La escritura es un proceso incierto.
Como toda mujer tiene días de depresión neurótica pero ella la transforma en imaginería que promueve el recuerdo. Más que de un balance, se trata de un espectáculo. Hacer surgir las cosas de su propia inexistencia, no garantiza el asombroso poder de la creación, pero se arriesga. Correr ese riesgo es su propósito.


EL ACEITE Y LA LUNA. Ella, dispuesta a prodigar sus procesos perceptivos, a imprimir en la mente voluptuosa el grito irreprimible de la feminidad, no teme decir que todos los cielos son negros, que la luna despliega una solícita viudez, y se inyecta uno tras otro los pensamientos que prolongan el placer. A esta altura, el ron aceita el engranaje de la escritura. En el jardín los pájaros saltan al compás de los truenos y la luna, con sus dedos de mujer, toma con cuidado las cosas visibles que se esconden adentro de las invisibles.

EL SEXO ES UNA NIÑA. En esta ingeniería de vientos alisios que salen de una botella, que invaden un cuarto y se arremolinan en torno de la silla, hay señales, hay pasos que reciben los otros pasos. El cuerpo se naturaliza en una gran escena viviente que rememora el momento en que el sabor a propiedad de sí mismo se maceraba con el sabor análogo y cóncavo de otro cuerpo femenino. La narradora narrada reconoce que niña con niña puede ser un dulce comienzo. De la botella de ron brotan a caudales los recuerdos y la narración toma contacto con su propia realidad: el sexo es una niña en su posibilidad más pura, más extrema y más experimental. La exploradora descubre algo pero no sabe qué es ¿un rayo adentro del cuerpo? ¿un sismo en la interioridad? La niña siente, aun cuando no pueda darle nombre a lo que siente. No hay en este mundo fortunas comparables.

LA ADVERTENCIA. El sexo está ahí, en tanto es, en tanto es hecho, en tanto se hace. La narradora bebe otro sorbo de ron y toma a su cargo el recurso del distanciamiento: hay muchos comienzos posibles. Enumera sólo tres, como ejemplos modalizantes: los dedos de un viejo, la lengua de un perro, las ingles de otra niña. De estos tres comienzos, hay uno que no se recomienda. Otro que se privilegia y otro que implica un riesgo. La narrada, cuando no pierde la cordura, advierte que es conveniente saber que si una se enamora de un sexo en extremo jadeante, si una se deslumbra por la generosa destreza de un perro, verá comprometida su relación con el viejo pene del mundo, que se para sobre sus dos pies y también jadea, porque en ocasiones, el mundo suele ser mortalmente pudoroso al momento de satisfacer tan liberales mañas.

NO. A veces no conviene decir que la narrada no es el fruto irreal de una imaginación exaltada, porque dañaría el secreto de su existencia. Hay tantas paredes concretas y palpables. Pero es cierto que su madre habría preferido que ella sólo fuese un sueño de sí misma.
Aunque el ron le tienda una escalera para ascender al cielo, la narrada sabe bien que no puede encontrar en su condición todo un cúmulo de pureza porque no lo permite la oscuridad de su experiencia. Pero para nosotros, no es crucial dilucidar si los pensamientos que salen de su alma, proceden de un cuerpo que se ha dejado corromper por las ideas. No nos proponemos captar el secreto narrativo de su comportamiento. Simplemente nos quedamos aquí, expectantes, esperando que diga algo más de la escena que describe o de su espasmado pensamiento. Ella, a solas con su sexo y sus palabras, es la aliada del demonio. La rueda que se mueve por sí misma. La niña que se convierte en perro, el perro que se convierte en ángel, el ángel que dice no.


LOS AGUJEROS DEL CIELO. Ella ha aprendido ciertas cosas. Ha tomado posición sobre esas cosas aprendidas, hace su propia experiencia del mundo y advierte que el deseo de placer pone el placer en movimiento. Los vientos alisios sostienen en sus dedos a las niñas que aquel verano, bajo el matorral, descubrieron sus cuerpos. "Que se toquen" habría dicho una de ellas, señalando allí, con la pequeña mano, y un aleteo de pájaros se les metió en el cuerpo. ¿De qué otro modo podrían llenarse los agujeros del cielo? La narrada con sus otros labios, bien podría describir un nuevo origen del universo.

Miriam Cairocairo367@hotmail.com
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Viviana Pelle: Por si como siempre tal vez peor

¿Podemos decir que estamos ante una sociedad psicótica? ¿Porqué ese maltrato en la calle? ¿Por qué la gente no aguanta a la otra gente? ¿Porqué tanta agresión? Los pibes por ejemplo van a bailar solamente para agarrarse a trompadas, llevan cuchillos en los bolsillos. ¿A qué viene todo esto? ¿Quién tiene la culpa de que esta sociedad esté tan desbordada? Nosotros entre sí, en realidad no nos podemos ni mirar a la cara en un subte, en un colectivo. Parece como en los boliches de los adolescentes que una sola mirada puede terminar en una pelea a muerte con el otro. No, mejor es ir con la mirada en el horizonte, mirando la nada, o sea, ignorar al otro, “por si”, y por ese “por si”, nos damos cuenta de que en realidad termina no interesándonos nada del otro. A veces miro a algunas personas a la cara e intento adivinar sus pensamientos, pero lo hago de una manera muy disimulada, “por si”. Porque si miro empiezan a mirarme con ojos amenazantes, si, crease o no. Parece que todo el mundo tiene miedo a todo al mundo, que hay que andar así, “por sí”, y creo que el problema de la inseguridad tiene ramas mucho mas profundas que vienen desde arriba, del que tiene el poder. Parece que quieren arrasar con las villas, “por si”. Lo que no saben es que les están robando el único lugar que tienen para vivir. Le están robando al pobre, sí, resulta que ahora el poder va a pasar por ese lado, sacarle al que no tiene para nada, ni nada, bah, como siempre o tal vez peor.

Viviana F. Pelle (4/07/07)
rossopelle@ciudad.com.ar

Marita Ragozza: 2 Poemas

DESAFÍO

Dormía en una estación de trenes
no por sola
no por pobre
ahora que crecí
soy más atrevida
cruzo cielos
alimentada por el desafío
cuando dormía en una estación de trenes
porque quería
no por pobre
no por sola



ASTILLAS


Barco varado
en espera de mareas,
no puedo adelantarlas
ni detener los pasos del camino.
Con suavidad
las hojas de los árboles
humedecen la luna.
No se claman mis nervios finos
que saltan como cables en corto-circuito,
ni logro acallar
sordidez,
odio,
oscurantismo . . .
no puedo demorar el relámpago
ni mis pájaros mareados en el aire.
Tal vez sea la hora de la agonía
en donde las astillas de mi tiempo
sólo se pueden desgranar en palabras



Marita Ragozza de Mandrini
maritaragozza@gmail.com

Miguel Martín: Poemas

TEMPERATURAS INTERIORES

Hay los momentos del poema
un poema que me aborrece en una seguidilla
de palabras como ladridos. Yo lo he visto desplegado
nítido
en el campo de las heridas primeras, las inconfesables.
Lo presiento como los niños presienten abrandonos.
Inicia el gesto de mover una figura demasiado viviente
como para que logre sobrevivir. Nos encontraremos
mi poema y yo
entre el daño de las tempestades,
entre las temperaturas del cuerpo,
en el día después.


FORTALEZA


Tanta fuerza tiene ella
que sin mover un sólo nervio
puede
tirarme de la cama
echarme del cuarto
hacerme rodar por las escaleras.



DESEO


Yo quisiera morirme
para saber de qué lado duermes,

Y cómo cocinas
-si es que cocinas-

Y si duermes
con alguien verdadero.



Miguel Martín
miguelmartin54@hotmail.com

Rubén Vedovaldi: A los números solos

¿Qué hacen los números,
solos,
más allá de todo lo que existe?
¿Qué sueñan en su jaula sin dueño?

Numeritos de nadie,
numeritos de nada
abstractas cantidades sin función ni corazón.

¿Quién aliviará sus dolores,
quién le dará color a sus tristezas?

Cabizbajos guarismos,
cifras de alas caídas,
dígitos sin sexo ni alma,
¿Qué hacen,
qué podrían hacer sin causa humana?

Numeritos,
números y numerotes
sin infierno ni cielos,
sin canto y sin cuenta;
pobrecitos!

Vale más un sólo óvulo
fecundado por un sólo espermatozoide
en su efímera vida,
que todos ustedes juntos
en la nada.



Rubén Vedovaldi

vedonet@netcoop.com.ar

Nélida Isabel Serra: Enigma

Los límites de tu nombre
perfuman el papel entintado


te invitaré a venir
en mi próxima carta.


Es tiempo de temblar
de conocerte
de atravesar la gloria prometida
en tiempo de párpados cerrados.


Mi tenencia austera naufraga
en este momento
con fragancia a tempestad.


Me siento acariciada
por hierbas de tu voz
ausente
penetrante
desconocida
me transformo en molécula
de destellos impresos
mientras de pie aguardo
nuestro juego de amantes.



Nélida Isabel Serra

nelidaisabelserra@yahoo.com.ar

Carlos Carbone: El Juego final

El hombre
que abraza la noche
con sus venas
no esta perdido.

El hombre
que no corrompe el pan
y lo reparteno esta perdido.

El hombre
que lleva un pez dulce entre sus ropas
como un sueñono esta perdido.

El hombre
que a pesar de su condición de mártir
planta un árbol
no esta perdido.

El hombre
que descansa con un ojo abierto
como un guerrero Zulú
no esta perdido.

El hombre
que entienda el juego y lo deje jugar
tal vez
gane.

Carlos N. Carbone
ccarbone71@hotmail.com

Cristina Villanueva: 3 cortos

Hilos sueltos

Un hilo flojo en la cordura,
anima.
Un hilo flojo en el Laberinto,
apena.
Un hilo flojo en la escalera,
resbala.
Un hilo flojo en la memoria,
vacía.
Un hilo flojo en el tul íntimo calienta.
Un hilo flojo en la palabra mata o resucita.
Todo depende del hilo,
del lugar en el que se desvanece
y de todo lo que pueda colarse en la apertura.


Pasaje


Pasar por el ojo de la aguja,
los camellos,
sentados en un mar amarillo, hacen lugar.
Del otro lado de la mirada

de las pestañas
conocedoras de la contraseña.

Cavar en el reino de los espejos,
Mariposa de viento,
Del otro lado siempre.
Entrar en las antípodas del mar.
Apenas un cielo agujereado en los ojos del nombre.


Nevada Buenos Aires


¿Qué hay detrás, debajo de la nieve, que es causa de esta fiesta?. Nos hablarnos con los que conocemos y con los que no. Como si la ciudad se hubiera hecho amiga y nos regalara lo extraordinario. Improvisamos, ya que nunca nos nevó. Sacamos a nevar al perro y al gato. ¿Mañana será el mar que vendrá a nosotros? ¿Nos volveremos jóvenes, antes del tiempo en que bajo lo cotidiano estaba lo siniestro ?. Me acuesto pensando porqué tanta alegría, tanta excitada locura, esta mezcla entre manifestación, cancha de football y poema. La respuesta queda en suspenso, como esas gotas de crema blanca que pintan Buenos Aires.


Cristina Villanueva
pluma@velocom.com.ar

Mónica Russomano: Nos alcanza la vida

No quiero estar aquí, pero nadie quiere, supongo. Me dicen de mujeres golosas de sufrimiento, deseosas de hacer el oficio de santas, limpiar llagas y respirar pestilencias. Me dicen que no sólo lo hacen con resignación sino con felicidad. Pero no creo que lo disfruten realmente, será que dice eso la mala conciencia de los que las dejaron con el fardo y salieron corriendo. No creo que nadie quiera verdaderamente caminar por estos corredores impregnados de gritos.
Me bajé mal del colectivo, dos cuadras antes. Me regalé entonces unos minutos de demora y respiraba el aire frío de la madrugada y la soledad, y la paz de no estar aquí todavía. Caminé despacio, era a las seis que tenía que estar y me quedaban cinco minutos. En la calle había gente, alguno pasaba en bicicleta, hacía frío, me veía la respiración blanca.
No vale la pena robar cinco minutos, no me descuentan nada porque allá en la calle es como si ya estuviese acá. En estos días estoy acá aún cuando me caliento la comida en la hornalla de mi cocina o me baño en mi ducha. Avivé el paso.
En la entrada también me equivoqué. En vez de usar la puerta normal ingresé por la entrada de servicio. Se prendió la luz cuando pasé entre las bicicletas y las garrafas. Me miró el guardia. No me dijo nada, ya debe de entender estas cosas. Quizás no sabe nada de nada, pero de tanto ver sabe que los que entramos lo hacemos siempre por la puerta equivocada, aunque algunos usen esa de vidrio, la oficial. También se equivocan, porque vienen para algo que nunca es finalmente lo que esperaban.
Hay mucha gente. Afuera es de noche, pero los pasillos estos son como los gallineros, siempre es de día pero nunca es el día verdadero. Afuera cambian las horas y las estaciones, aquí el tiempo, la vida, las sonrisas, todo es artificial.
La gente transcurre sin ruido. Sentados, parados, caminando, todos tienen ese silencio de quien no quiere ser advertido. Sigilosos. Yo también camino con suela de goma y la sensación de que nos acechan.
Pasillo, escalera gastada, pasillos, peceras de vidrio con las enfermeras o los médicos que viven unas vidas ajenas. Ellos están habituados, charlan, se ríen, dicen que el sábado es el cumpleaños de la Martita, se pasan recetas. Y me acerco a la habitación deseando que esté dormido, que no se haya orinado, que no venga justo el médico, que las cuatro horas que empiezan ahora sean un paréntesis de nada entre el afuera que recién dejé y el afuera que me prometo y está tan tan tan lejos.
Se va la mujer que se quedó a la noche. Toma su bolsito y sale disparada. Huye y me deja acá, en la habitación en penumbras. Siento que me abandona a mi suerte, que me traiciona como un soldado que deja al compañero herido en la trinchera y corre a campo traviesa. Ahora me toca a mi estar para lo que pase o que ojalá, ojalá no pase.
Cambio la silla de lugar. La pongo contra la pared de enfrente, me saco la campera y el pulóver, con mucho cuidado me siento y recuesto la cabeza contra el muro.
Los tres hombres duermen. Alguno sufre, se queja en sueños. Otro tose y temo que se despierten pero no. Voy esquivando el desastre. Yo también dormito. Miro el reloj y me alegro. Pasó una hora, faltan tres y hasta ahora voy bien.
Viene la hija del señor de la derecha. Hablan quedo pero me alarmo igual. Que no hagan olas, que no enciendan el día. Prenden la luz del baño para anotar un teléfono en un papel. No, es la clave del cajero para que la chica saque dinero, hay que pagar los descartables. En ese momento son mis enemigos, los odio. Que apaguen esa luz, que no rompan la noche que se extiende y me va salvando.
La chica se va y todo se aquieta. Siguen dormidos. Alivio. Las enfermeras hablan fuerte detrás de la puerta, se escuchan los timbres que suenan en la salita reclamándolas. Son las ocho de la mañana pero aquí sigue la noche. Faltan dos horas.Empiezan los ruidos del desayuno. Se terminó la gracia concedida. En cualquier momento se abrirá la puerta y dejaré de ser invisible. Y se abre la puerta, la mucama prende las luces, corre las cortinas y deja las tazas con galletitas por ahí arriba, no hay mucho espacio.
La señora de la izquierda, que estaba debajo de una frazada como un bulto informe sale del capullo y le pone la mesita ladera al marido. Nos saludamos apenas. Sólo hay una bandeja para otro desayuno, menos mal que el hombre de la derecha no quiere tomar su té. Tomo la bandeja y despierto a mi padre. No es fácil. Tampoco es sencillo incorporarlo en la cama. Le doy vueltas a la manija de la cama ortopédica y por supuesto me equivoco, los pies se van alzando. Deshago lo hecho, le doy vueltas a la otra manija ¿para qué lado? Hay que probar, nada es conocido, hasta lo más sencillo se me dificulta y me hace consciente de mi inutilidad.
Le doy el té, come dos de las tres galletitas. Nunca le había dado el té así. En casa se lo ponía arriba de la mesa, le alcanzaba las galletitas, nunca había tenido que ponerme aquí tan cerca, tan de arriba, tan lejana y diferente. La boca tiene forma de pico, las bocas de los viejos se van haciendo puntudas en el medio. Me pregunto si siempre tuvo los ojos tan claros. Ahora la cara es puro ojos saltones, no se parece a él sino a mi abuela, su madre. O será que era la misma cama, las mismas sábanas, el mismo tubito transparente en el brazo, esa cosa de estar desapareciendo de a poco que deja algunos rasgos fundamentales y piel vacía.
Veo que el pañal está despegado en un costado. Cuando pasa la enfermera le pregunto si me puede ayudar a cambiarlo. Me dice que sí, pero cuando termine la ronda. Deseo que la ronda sea larga y vuelva cuando ya me haya ido. Falta una hora. El tiempo se comprime y se expande aquí. No tiene la lógica del afuera.
Espera al revés, esperar que no ocurra en vez de esperar que ocurra algo. Ese deseo fuerte que duele, desear con todo el cuerpo que se demore, que venga cuando me haya ido. Que no me obliguen a estar acá cuando venga con apuro y celeridad para ayudarme a cambiarlo. Yo no quiero, saben, no, no quiero. Pero ya aprendí que querer no significa nada.
La mucama limpia la habitación. Salgo y vigilo desde afuera, pero está tranquilo, dormitando después de comer, los pelos blancos formando una cresta sobre la cabeza. Mamá dice que tiene la cabeza con forma de rabanito, me acuerdo y me da risa a pesar de la angustia.Han abierto un poco las ventanas para ventilar. Me acerco a una en un pasillo y abajo en un patio interno hay macetas con arbolitos. Se los ve bien, altos y frondosos, pero es enorme la tristeza de esas macetas sobre las baldosas. Todo está sostenido con artificio aquí, gentes y vegetales. Ninguno en su lugar. A los arbolitos les falta tierra y a la gente morir en paz quizás. Recuerdo el horror que me siguió en sueños y en años cuando vi una película, de niña, donde recrearon “El caso del señor Valdemar” de Poe. Esto está lleno de señores Valdemar, entre la vida y la muerte, torturados, imposibilitados de un descanso, mantenidos en una zona de espanto. Sale una viejita en silla de ruedas de otra habitación, la acompaña el camillero, ningún familiar está con ella. Pero no se queja. No dice nada, se deja rodar con los piecitos diminutos sobre los apoyos de la silla. “Los brazos adentro”, dice el muchacho. Claro, los viejos se quieren agarrar a cualquier cosa, lo que sea. Se aferran.
Vuelvo a asomarme. Mi padre sigue sin moverse. Me quedan cuarenta y cinco minutos, pasa la enfermera y me dice que ya viene. Le agradezco y espero que tarde. Le dicen que tiene que bañar a una anciana de la “D”. Al lado. ¿Cuánto tardará? No tanto, seguro, pero quién sabe.
Ahora miro el reloj cada cinco minutos, cada tres, a medida de que se va acercando la huida el tiempo se hace más lento, se detiene casi. Espero que la enfermera no venga por un rato más. Pido poco, que se demore quince minutos, que aguanten las nubes y comience a llover justo cuando ponga la llave en la cerradura.
No, se larga la lluvia y me encuentra en descampado, siempre ocurre eso, viene la enfermera con la sábana y los guantes. No podía tener tanta suerte. Nunca tengo tanta suerte. Viene y yo tengo que fingir que la ayudo. Es lo que se espera. Yo misma le pedí que me ayude a cambiarle los pañales, me avergüenza decirle cámbiele los pañales, por favor, déjeme salir y pasar de esto. Entonces me paro al lado y estorbo, porque sólo puedo hacer los gestos aproximados, me falta solvencia.
Le saca los pañales, lo deja desnudo sobre la cama y quedamos desnudos todos en la habitación de pesadilla. Y no es para tanto al fin y al cabo. Con firmeza y celeridad lo lava, le saca la sábana, le cambia el pañal y lo deja listo y tapado. Ya está.
Pero yo no quería. De verdad que no quería verlo desnudo arriba de la cama, un animal asustado que se deja dar vuelta y colabora torpemente. No, no quería. Y no fue para tanto.
Justo entonces se abre la puerta y entra el relevo. Me puedo ir. Salgo por pasillos y escaleras y esta vez por la puerta correcta y piso las baldosas de la calle debajo de un cielo de veras, y me digo que no fue para tanto, que casi zafo y ojalá la enfermera hubiese tardado un rato más o mi mamá hubiese llegado un cuarto de hora más temprano, pero que al fin y al cabo no fue para tanto. Y una empieza a morir cuando estas cosas al fin y al cabo no son para tanto.Vuelvo caminando. Estoy cansada, regreso bajo las nubes iluminadas por la crueldad de la vida que nos alcanza.

Mónica Russomanno
russomannomonica@hotmail.com

Mariano Meiraldi: Títeres del demonio

"¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo?"
Vincent van Gogh


La historia que voy a contar le sucedió hace tres años a una vecina. Ella, una anciana pequeñísima de tez pálida y arrugada, y manos manchadas por los años, dio a luz innumerables personajes con los que en cada presentación atrapó, en su red de inquietantes y fantásticas historias, a un público muy variado.
Como ella, muchos son los titiriteros, que con objetos reciclados y una habilidad en escena digna de entretener a niños y adultos, dan vida a pequeñas criaturas. Muñecos estáticos y sin forma que con una dinámica y sensual movilidad hacen emocionar a cualquiera.
Más conocidas aún son las historias de títeres que con el deseo de sentir como los humanos esperan por años a que el hada madrina, con un toque de su vara, los convierta en seres capaces de amar y odiar.
Pinocho fue el más conocido. Hijo único de Gepetto, un carpintero, que con una tabla de propiedades mágicas, y con la ayuda de un hada madrina convirtió una simple madera en un niño travieso y desobediente.
Sus títeres, de apariencia tierna y angelical, por las noches se mezclaban en promiscuas orgías. Disfrutaban formando imágenes de sombras monstruosas en las paredes. Correteaban por toda la habitación e intentaban desclavarse entre ellos. Violaban a los ositos de peluche que descansaban en la repisa, y se masturbaban sobres libros infantiles.
Cuando despertaba, la anciana encontraba todo hecho un revuelo. Ropa colgada del ventilador. Ositos de peluche agujereados. Libros de cuento manchados y desparramados por toda la habitación, y títeres en posiciones que jamás imaginó ubicar. Según contó una tarde, era sonámbula. “La edad no viene sola”, dijo mientras relataba como hallaba su cuarto todas las mañanas.
Más allá de no creer en hadas y en seres superiores, los títeres de mi vecina ansiaban ser humanos. Remplazar la madera por la carne, las varillas por hueso, pero por sobre todo sentir.
Lo que vi una mañana cuando entré a su casa fue realmente aterrador y hasta nauseabundo. Golpeé durante veinte minutos la puerta y nadie atendió. Como habíamos quedado en encontrarnos, con insistencia y desesperación comencé a patearla con intención de derribarla. Un pálpito en mi interior advertía algo malo.
La casa era muy antigua. El zaguán, largo y angosto, comunicaba a las habitaciones. Me asomé en todos los rincones que pude, inclusive en el baño, pero no hallé nada. Sólo un lugar faltó para que me quedara tranquilo, y este era su pieza.
Con suavidad abrí la puerta y muy lentamente avancé hasta el centro del cuarto. Cuando levanté la vista no lo pude creer. Las paredes se encontraban teñidas de un rojo intenso, y el olor a frigorífico me erizó la piel.
Recostada en la cama, descuartizada como si la hubiese atacado una manada de hienas hambrientas, y rodeada de títeres de rostros irónicos y desencajados, temblaba mostrando vestigios de una triste agonía. Los miembros inferiores se hallaban trozados en pequeños pedazos y ordenados a un lado de la cama. En su torso, escrito a sangre y gubia, una frase proclamaba el horror: “matar es vivir”.


Mariano Meiraldi

kira_baleno@yahoo.com.ar

Oswaldo Roses: 2 Poemas

( LO QUE SÓLO TÚ SABRÁS)

Amor:

He inventado amarte más allá del cielo
porque paso tras paso,
deseo tras deseo,
día tras día
veo cómo te quiero de memoria;
y es así este germen bendito,
y es así este valor:
allí donde tú eres el aire que respiro,
allí donde tú eres el árbol que me alimenta
y la desnudez
que me desencadena
con las olas de la sonrisa y del frenesí,
con las llamas de tus caricias
hacia el hipermundo,
hacia el corazón de la esperanza sin apenas norte,
hacia la locura interminable.



He logrado inventarte
a la forma
de la más enceguecida palabra
traspasando el cielo,
como una noche sólo el sí reinando
con tu musical sangre,
como una noche sólo el Amor reinando con tu fe
o tu aparición más bella;
y es así el destino,
y es así el inmune hablarte de sinceras lágrimas del recuerdo total,
y es así la muerte
jugando a saltos encantados de felicidad
por los parques de la verdad de nuestro invencible
esperarnos hasta la misma
luz.




¿ TÚ ?
Un puñado de tierra en mi esperanza

sin volumen quizás, a pan bendito,
la irremediable lumbre a su ultranza
y a su presagio audaz y a su infinito.
La libertad del tiempo a cuerpo abierto,

la matemática de lo que olvido,
a tercios délficos en ti, al desierto,
a la crueldad de todo lo perdido.
Eres porque me eres a razón

pulcra, sí, como un relumbrón de rosa,
a razón pulcra y a ley de corazón.
¡Oh!, ¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¡tú!, ¡qué hermosa

eres en lucidez de la pasión
y en protonéctar de la misma cosa.

Oswaldo Roses
oswaldo_roses@hotmail.com
http://leerlosojosalmundo.blogspot.com/

Luis Alberto Esmail: Afuera

Afuera

Salgo y no vuelvo.

Salgo a recorrer un poco
el aire
y desenvuelvo, desenredo,
desmadejo
los trastornos
incontables de mis dedos
y las paredes.

Dejé adentro- allá en las cosas-
los olvidos más queridos.
Los recuerdos que tramé
cuando llegaste;
el amor por el vacío sin palabras
y el futuro impostergado:
el futuro y tu desgano.

Salgo y no vuelvo o ya había salido
cuando aún no lo pensaba
todavía.
Pero el cuerpo se me fue
por la escalera y no cayó ni se detuvo
y no habían puertas
ni otros ojos.
No habían rastros.

Yo salí
o nunca estuve.
Y las cosas se deshacen
en las manos
cuando vienes.
Y no hay más vuelta
ni hay más caminos,
cerré ya todo
y ya no hay nadie.
Y no hay más vuelta.

Luis Alberto Esmail
tete_367@hotmail.com